Y sin embargo me di
cuenta de que iba a sobrevivir.
Estaba alerta, sentía el sufrimiento,
aquel vacio doloroso que irradiaba
de mi pecho y enviaba incontrolables
flujos de angustia hacia la cabeza y las
extremidades. Pero podía soportarlo.
Podría vivir con él. No me parecía
que el dolor se hubiera debilitado
con el transcurso del tiempo,
sino que, por el contrario, más bien
era yo quien me habia fortalecido
lo suficiente para soportarlo.