pero fue más que eso.
Era real y yo estaba viviéndolo en carne propia.
Era exquisito, algo casto, algo apasionado, algo lento,
algo desesperado, algo íntimo, algo de él y algo de mí.
Ese acto contaba, sencillamente, al menos
diez mil palabras de su boca y sabia exactamente así.
Sabía a su respiración, sabía a triunfo,
sabía a delicia, sabía a utopía, sabía... a condena.
Y yo quería cadena perpetua.