Pudo haber sido un primer beso de película,

pero fue más que eso.

Era real y yo estaba viviéndolo en carne propia.

Era exquisito, algo casto, algo apasionado, algo lento,

algo desesperado, algo íntimo, algo de él y algo de mí.

Ese acto contaba, sencillamente, al menos

diez mil palabras de su boca y sabia exactamente así.

Sabía a su respiración, sabía a triunfo,

sabía a delicia, sabía a utopía, sabía... a condena.

Y yo quería cadena perpetua.